skip to main | skip to sidebar

25 febrero 2010

23-02-2010

Hoy he cumplido mi más oscura ambición y perversión. No me siento mal por haberlo hecho, es más, la adrenalina recorre mi cuerpo pidiéndome más; pero no se lo puedo dar, sería demasiado arriesgado. Creo haber realizado todos los pasos con estudiada meticulosidad, y el más mínimo paso en falso podría ser fatal. He cumplido todos y cada uno de los puntos del procedimiento que un día creé casi como ejercicio humorístico.

Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo pasé de ver ese guión como algo cómico, a verlo como el perfecto manual a seguir para matar a alguien. Creo haber conseguido el asesinato perfecto. Sinceramente, pensé que sería más dificil, o eso es lo que yo me había figurado cuando, siendo un niño fantaseaba con acabar con ese señor que siempre pasaba a la misma hora por debajo de mi ventana.

Ahora debo tener cuidado, mi cuerpo tiene una sed casi insaciable de sangre, pero mi cabeza sabe lo que debo hacer; si todo va bien, esa sed será saciada, pero poco a poco y siempre con cuidado, el manual es mi Biblia a la que agarrarme para sobrevivir. Escribo estas notas para poner en orden mis ideas y como un ejercicio para mantener la poca cordura que reside todavía en mí, la necesito.

El asesinato en sí no ha sido demasiado complicado, pensé que el sujeto de mi acción lucharía más por aferrarse a la vida; prácticamente se dejó morir en cuanto sintió el contacto de la hoja de mi navaja de barbero en su cuello. Todavía no estoy seguro de si esta es el arma adecuada para mi, la cantidad de sangre que brotaba de su cuello me hizo sentirme orgulloso de mi hazaña, sin embargo fue más de la que pensaba y me costó limpiar la hoja. La camiseta y los guantes he tenido que quemarlos. A estas horas todavía queda un trozo de tela sin arder en la chimenea. El olor producido al quemarse la sangre incrustada en la ropa ha sido como un segundo asesinato. Un olor dulce y oscuro a la vez.

El procedimiento en sí del asesinato creo que ha sido el correcto. Elegir al azar una estación de metro y, una vez en la calle buscar un sitio lo más oscuro posible y esperar. Sobre las 11 de la noche ya no quedaba nadie en los alrededores de ese gran centro comercial de las afueras, sin embargo vi a lo lejos una persona corriendo; obsevé su recorrido intentando encontrar un patrón, no me fue dificil, simplemente daba vueltas alrededor del citado centro comercial. En cuanto salió de mi campo de visión cambié mi posición para estar en una localización que me permitiera, a la vez, observar sin ser observado y atacar en caso de así decidirlo. Encontré el sitio perfecto detrás de una papelera medio oculta entre unos arbustos.

La primera vez que pasó a mi lado pude comprobar que se trataba de un hombre de unos 35 años, no muy deportista por la figura que lucía y la forma de correr, sin embargo llevaba todo el equipo: zapatillas deportivas, mallas, camiseta transpirable, gorro y guantes, todo ello de marca y con aspecto de no haber sido usado mucho; deduje que se trataba de algún vecino de la zona, una urbanización en la que vivía gente de un alto poder adquisitivo y que su propósito de año nuevo había sido el perder unos kilos; aprovechando sus hijos y su mujer para ahorrarse el tener que pensar el regalo de Reyes. Era un objetivo válido.

La segunda vez que me sobrepasó definí el procedimiento de actuación, me enfundé el que había determinado que sería mi uniforme de faena: una camiseta de manga larga de los básicos de Zara –nada definitorio en caso de que alguien la encontrara- unos guantes de la misma tienda, y unos pantalones de plástico impermeable, facilmente lavables y baratos. Creo que tendré que cambiar la indumentaria, al menos si vuelvo a salir de caza mientras haga este frío. Pensé que la adrenalina me mantendría caliente, pero la espera fue muy larga.

Pues bien, había decidido que la siguiente vez que se acercara saltaría sobre él, tirándolo al suelo para luego rematarlo con un corte en el cuello. Mientras lo pensaba mis pulsaciones se aceleraban y no veía el momento de cortarle la yugular. Tardó en volver 5 minutos, 2 más de lo que había tardado las veces anteriores, los dos minutos más angustiosos de mi existencia, ya sentía el olor y el calor de la sangre, pero mi víctima no aparecia. Por fin la veo a mi derecha, y entiendo el porqué de la tardanza, viene caminando. Mi plan se veía simplificado, con ponerme detrás de él, pasar mi brazo por encima de su hombro y un suave movimiento de muñeca sería suficiente. Así fue, esperé a que se hubiera alejado un par de metros de mi posición y con un sigilo felino salí de mi escondite blandiendo la navaja de barbero ya abierta y perfectamente afilada –la había comprado el día anterior en la otra punta de la ciudad en una de esas pocas barberías tradicionales que quedan, sin registros de clientes y pagada en metálico, perfecto para mis aspiraciones- reduje en el espacio de 3 metros la distancia con el corredor a practicamente un brazo. Ni se inmutó por mi presencia, llevaba unos auriculares en los oídos que le impedían oir mis leves ruidos.

Todavía estaba a tiempo de rectificar, todavía podía mantenerme en el mundo de los cuerdos, mantener esta obsesión en lo más profundo de mi mente y seguir siendo un ciudadano respetable con un trabajo digno, muy bien remunerado, y siendo aparentemente feliz para mi familia y amigos; pero la necesidad de sangre era imperiosa, nunca hasta ese momento había sentido una necesidad tan brutal, y mientras lo poco que quedaba de mi cordura recordaba los momentos de falsa felicidad, mi parte más instintiva y visceral adelantó el brazo derecho y con un suave, aunque menos de lo que esperaba, golpe de muñeca, realicé el corte en el cuello.

Prácticamente de desplomó al momento, sin el más mínimo conato de lucha, ni me dio tiempo a rodearlo con mi brazo izquierdo para conseguir una caída controlada. Cayó al duro asfalto como un peso muerto, desangrándose, y llevándose las manos al cuello para intentar parar la hemorragia. Me quedé de pie a su lado, observando el dantesco espectáculo durante unos 30 segundos, cuando estuve convencido de que no quedaba nada de vida en ese cuerpo, di media vuelta y me fui. No volví la cabeza para ver otra vez a mi víctima. Ya tenía lo que quería, lo que necesitaba: sangre.

Me fui a un descampado de los alrededores y saqué de la cartera de cuero que llevaba colgada ropa de recambio, una bolsa de basura y un bote de disolución de ácido robado del laboratorio de la Universidad. Limpié la navaja, metí la camiseta, los guantes y el pantalón de plástico en la bolsa de basura y guardé todo de nuevo en la cartera. Me vestí y fui en busca de una parada de autobús, no me podía arriesgar a coger el metro: demasiadas cámaras. Tardó 25 minutos, pero al fin llegó. Me dejó el en centro de la ciudad, pero a unos 30 minutos a pie de mi casa. Los recorrí a buen paso y sobre la 1 ya estaba en casa. Al entrar, el saludo cariñoso de mi mujer me tranquilizó:

-¡Hola Fran! Los niños ya están acostados, hoy llegas muy tarde.
-Si amor, la cena con los compañeros se ha alargado más de lo esperado. ¿Qué tal el día?
-Bastante duro en la redacción; yo ya me voy a acostar, ¿vienesy te cuento?-dijo ella.
-Dame 20 minutos, tengo que escribir una cosa-contesté.

2 comentarios:

  1. Esto está muy bien...es de cosecha propia???

  2. Si señora, pero tiene bastantes errores que se espero se puedan ir corrigiendo en futuras entregas. Va a ser mi novela por fascículos!