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30 mayo 2009

5:27

Son las 5:27 de la mañana, la jornada de estudio ha concluído hace rato, pero yo sigo despierto.

El colegio sufre los efectos de una tarde y una noche duras, la gente va volviendo a sus habitaciones, mostrando abiertamente los efectos del alcohol ingerido, yo camino.

Dos excolegiales hablan en centralita de sus batallitas como colegiales hace 15 años, me quedo escuchando un rato; luego decido irme, me doy cuenta de que no conocen la realidad actual de lo que es el San Juan, viven de una ilusión, de lo que fue, sigo mi camino.

Me adentro en el salón de actos, ahora vacío, todavía resuenan en él la música de Carlos Carli, autor del último concierto realizado en el Johnny, acompañado de todos y cada uno de los genios musicales que han pisado ese escenario. Me siento en mi sitio preferido (el gallinero) y escucho...el solo de saxo es impresionante, pero la improvisación de la batería acompañado del largo piano de cola tampoco bajan el nivel; de repente se une a la fiesta un contrabajo tocado sin arco hasta producir una melodía que la acústica de la Catedral del Jazz se encarga de distribuir.

Aplaudo y me levanto para pedir un bis, pero me doy cuenta de que no está tocando nadie, y me encuentro a mi mismo llorando. Me seco las lágrimas y cruzo la puerta.

Me dirijo hacia mi habitación, pero antes me acerco a la entrada, desde la cual observo las ventanas, algunas todavía con luz, la mayoría con la persiana bajada; en un mes todas estarán bajadas, quien sabe si para siempre.

Subo las escaleras, cada peldaño es una montaña, en cada peldaño me encuentro con una generación de colegiales que me cuenta sus vivencias, me quedo un rato en cada escalón.

Poco a poco me acerco al tercer piso, pero antes toca despedirse; le prometo al San Juan ,personificado en las generaciones, que no lo defraudaré, que el colegio me ha marcado, que siempre llevaré el águila en el corazón, que nunca podré olvidar estos dos años en el colegio, se cierra una etapa en mi vida que yo creo que todavía no estaba preparada para ser cerrada, pero el Johnny imprime carácter, y no podría traicionarlo yéndome a otro colegio. El colegio me contesta, yo sonrío y me voy.

Llego a la habitación 321, saco la llave del bolsillo, la meto poco a poco en la cerradura y quito las dos vueltas de pestillo, me sumerjo en la habitación, cierro la puerta y me tiro en la cama.

Giro la cabeza y miro el reloj: son las 6.

Un bico e unha aperta